jueves, 24 de enero de 2013

Crítica de "Django" de Quentin Tarantino

Tras conocer las nominaciones a los Oscars, la que más pereza me daba era, sin lugar a duda, "Djando desencadenado" (Django Unchained), la última de Quentin Tarantino. Sus películas no me parecen malas, tiene un estilo muy particular y original y no está en mi lista de directores vetados hasta la muerte (como Terrence Malick y Paul Thomas Anderson). Aun así nunca me había convencido del todo ninguna, a pesar de haber visto unas cuantas. Por ello, me he llevado la grata sorpresa con "Django", para mí la mejor del director y la única que volveré a ver encantada.


Al igual que "Lincoln", se ambienta a mediados del siglo XIX en Estados Unidos; en concreto, un par de años antes del comienzo de la guerra civil. La esclavitud es también el tema principal, aunque de modo bien distinto. Distinto a "Lincoln" y diferente, a su vez, a la inmensa mayoría de películas que tratan sobre este tema. Aunque en el fondo lo que se narra es un verdadero drama, Quentin Tarantino lo lleva hasta la pura comedia en varias ocasiones. En la vida pensé que el Ku Klux Klan pudiera despertar las carcajadas de toda una sala de cine.

Un brillante (como ya es habitual) Christoph Waltz, nominado a mejor actor de reparto, interpreta a un caza-recompensas de origen alemán un tanto peculiar. Django (Jamie Foxx), en teoría su esclavo, será su compañero, aliado, aprendiz y amigo. Ambos emprenderán una cruzada con un fin tan noble e inofensivo que parece mentira que existiera una época y unas personas que lo vieran mal.

A los espíritus vengativos que disfruten como enanos con el final de El Padrino, como yo, les encantará Django.

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